viernes, 31 de mayo de 2013
El dolor de la pérdida: forcejeo desesperado & memorias desquebrajadas
Carajo que la coincidencia abofetea: los subtítulos de esos juegos sólo atenúan el dolor. La anécdota de hoy es triste.
El martes vino un hombre a fumigar la casa, bajo órdenes de mi mamá subió a hacerlo a las habitación de arriba. Siendo de supuesta confianza nadie lo vigilaba. Se robó estos dos juegos de mi repisa. Se me ocurrieron muchas opciones acerca de cómo proceder con la situación, cómo reaccionar. Al final lo único que haré será escribir esto. Mi mamá se ofreció a pagar por ellos pero lo rechacé. No es que sea tan buena persona, sino que me opongo muchísimo a la idea de vender un juego.
Para mí un juego, con pocas excepciones, no es algo que uno adquiere sólo para utilizar y deshacerse de él, sino algo con un valor significativo más pesado. Es parte de quién eres, de tus gustos, de ti de ti. Qué puedo decir, tengo alma de coleccionista. No tiene mucho que ver con el hecho de que sea un acumulador compulsivo. No compro tantos juegos, de veras que no. Ojalá lo hiciera y ojalá los jugara todos. Ni siquiera logro acortar mi lista de pendientes. Otra de las razones por las que no compro muchos es que sólo me hago de aquellos que estoy casi seguro que atesoraré, aún si son malos, porque hasta los malos dejan mucho en uno.
Todo eso, quizá más, es para mí cada caja en la repisa. Odio la idea de convertir esos recuerdos, esa experiencia, en dinero. Que mi ma me pague los juegos sería lo mismo que venderlos. Sería convertirlos en dinero. Y es que lo más doloroso fue darme cuenta del poco entendimiento de mi mamá y mis hermanos hacia el valor que pueden tener los juegos. No el precio, recalco, sino el valor.
En particular el vicio de mi hermano me deprime. Esa tendencia de vender la consola vieja para comprarse la nueva, de vender cada juego que ya acabó.
Es el mismito sentimiento que experimento cuando compro un juego en Mercado Libre de alguien de aquí de Guadalajara, y al encontrarme en persona con el vato, delata su apariencia que ha pasado de esa etapa de su vida, de aquella etapa en la que compraba y jugaba videojuegos. Lo feo es que fuera una etapa en primer lugar. Más de una vez me he topado con algún camarada que incluso lleva a su esposa e hijo al intercambio. Dejándome saber que no sólo ya no hay cabida para los juegos en su vida, sino que es incluso buena idea venderlos para sacar para el gasto.
Entiendo que comprarlos ya no sea una prioridad en lo absoluto, pero me entristece la idea de que para ellos no fueron más que juguetes que les recuerdan la ociosa juventud. Me cala imaginar que en sus mentes los videojuegos no son más. Estoy dolido, así que me permitiré decir cosas mamonas como: supongo son de esas personas que sólo ven al cine como entretenimiento; que creen que arte significa bonito; que para ellos contar una historia no es más que una enumeración de eventos. Gente que no entiende, no ve, o sólo no puede usar para bien, la idea de que los videojuegos, como todas las otras disciplinas artísticas, son enriquecedores, que merecen ser conservados, compartidos, en especial a la nueva generación, a tu sangre.
Me ardería aún más asumir que el vato que fumigó es uno de estos, un filisteo. Sin embargo, soñaré que además de experto en plagas, es un hombre de gran sensibilidad. Un canalla, pero de gran corazón. Que comprende y desea la catarsis videojueguil. Me mimaré imaginando que fui víctima de un crimen pasional.
domingo, 26 de mayo de 2013
Monstruos de Bolsillo Versión Blanca Número Dos: Portal vacacional
Los de Pokémon son de los juegos más extensos que existen (una vez vi un archivo de un primo que ya había llegado al límite de tiempo marcable con 999:59 horas). Sus características, las diferentes actividades que puedes realizar dentro del juego, son innumerables. Creo que por eso a veces resulta difícil elegir por dónde abordar uno para escribir de él. Por eso que le dedique esta entrada a la experiencia en general de jugarlos, y no tanto de sus hartas features. Quiero cavilar sobre la transportación mágica que uno sufre al enfrascarse jugando un Pokémon, en este caso, White Version 2. Que es como el primero, pero con más de todo. Más atasque.
Sí tienen vacaciones pero lo que no tienen es varo para irse de vacaciones, o sólo tienen quinientos pesitos, nada más háganse de un Pokémon. Que es lo mismo que viajar. (Eso o drogas).
Todos sabemos que todos los videojuegos conllevan escapismo, de eso se tratan, es su cualidad más importante y más deseada. Pero insisto en hablar del de Pokémon porque, el exiquisito escapismo que ofrece es cálido y receptor. Amable e inclusivo. Otros juegos, como los de Rockstar, son capaces de transportarte a mundos igual de amplios, pero sólo Game Freak sabe hacer esos viajes saber a vacación.
Vacacionar es estar en un lugar por elección, para relajarte, para olvidar el cubículo. Eso no significa que uno no haga nada. Es ahí donde la metáfora agarra forma. Hay tantas cosas que uno puede hacer cuando le rinde tributo al dios ocio en las vacaciones. Pasear por el barrio, tomar una clase de buceo, ir al teatro. Todas estas actividades con un equivalente pokemónico. Jugar una versión de Pokémon es vivir otra vida, una vida en la que todo está ahí por si gustas, pero sólo si gustas. Todo está a tu alcance, pero nada es gratis. Acá en el mundo de carne se paga con dinero, allá en el mundo de pixel la única moneda es el esfuerzo. Dejándolo a tu criterio en qué gastar ese recurso tan preciado durante el descanso.
Las regiones Pokémon están llenas de atracciones turísticas, todas divertidas, unas más que otras, pero siempre opcionales. Uno es un turista perpetuo. Siempre preguntándose "¿en qué me divertiré hoy?"
No conozco a nadie a quien no le guste Pokémon por alguna razón que no sea prejuicio. No conozco a nadie quien haya jugado Pokémon bien, dándole el debido tiempo y la debida oportunidad, y que no le haya gustado. Una vez mi hermano, que tiene 10 años más que yo, comenzó a jugar Ruby a escondidas, eligió a Torchic y lo bautizó Fénix. Iba por buen camino, pero nunca admitió cuánto lo estaba disfrutando. Su orgullo le estorbaba. Confieso que yo también titubeo un poquito al admitir lo mucho que me gusta Pokémon con gente nueva, en especial cuando sé que no habrá oportunidad de aventarme una cátedra del porque son grandes obras. Pero eso sí, jamás he negado la pasión que les tengo, ni dudo en intervenir cuando alguien suelta el comentario antipokémonero.
Mmmh, me imagino que ese aspecto jugar Pokémon no es tan diferente de ser gay. Como decía Jonathan Holmes.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)